24 de septiembre de 2025
Estos días en que los miedos crecen y se mete en nuestras casas, en los cuerpos y las miradas; siento rabia, porque no es justo vivir así, porque nos quieren encerrar en el caos, como si nuestra historia fuera solo violencia. (Aunque siempre haya habido una sombra)
Me niego a irme, a dejar la ciudad, a entregar su nombre, sus calles y su mar. Me niego a dejar de vivir como lo hemos hecho siempre: con música, con baile, con abrazos que nos levantan en medio del dolor.
Pero también confieso mi miedo, no quiero ignorar que el peligro existe; no quiero normalizar el temblor en el cuerpo al escuchar una detonación o las motos aceleradas; tengo miedo y estoy cansada de que lo que se cuente sean jóvenes a quienes se les apagó la vida, porque yo no me quiero ir, pero tampoco quiero seguir viviendo con el alma en vilo.
Quiero quedarme, resistir y soñar aquí, donde están mis raíces, donde está mi gente. Y por eso también exijo que se nos cuide, que se nos escuche, que no se maquille la realidad ni se nos condene a normalizar la violencia.
Necesitamos que se nombren las cosas como son, que se reconozca el dolor que atravesamos y que se actúe con responsabilidad y compromiso, que se informe de manera responsable: que las historias no sean titulares que cosifican el dolor, que no conviertan la violencia en espectáculo. Que se verifique antes de viralizar, que se proteja la identidad de quienes sufren, que se informe sin crear pánico. Porque la verdad también cuida cuando se maneja con respeto.
Y mientras tanto, nos toca seguir cuidándonos entre nosotros, recordar que aún en medio de la zozobra, seguimos siendo comunidad, seguimos siendo vida y esperanza.
Porque Buenaventura no solo es dolor: también es canto, es fe, es río y mar que se niegan a morir. Y yo quiero seguir creyendo en esa fuerza.
Creditos a: Yeici Bonilla